Espléndido retrato del beato Franz Jägerstätter y su esposa Fani, católicos austriacos que pagaron cara su negativa a plegarse al nazismo. Una película sorprendente. Basada en hechos reales, pero nada convencional. Edificante, sin ser cargante. Bellísima, sin apabullar. Para paladares exigentes, habrá quien no pueda con ella. Terrence Malick, director y guionista, se acerca mucho a ofrecer la mirada amorosa de Dios a la hora de describir el singular destino de Franz Jägerstätter.
Se nos invita con esta perspectiva a ver a Franz como un hombre sencillo, muy enamorado de su mujer, Fani –un sentimiento mutuo–, padre amantísimo de sus niñas, buen trabajador, alegre y cordial con sus amigos. Que tal vez tuviera una juventud azarosa, pero que ya ha sentado la cabeza, también por sus sólidas creencias religiosas. Y que se mantiene fiel a los dictados de su conciencia, le importa hacer lo correcto, el juicio de Dios, aunque los que le presionan insistan en que el suyo es un gesto inútil, del que nadie se va a enterar, y que debería pensar en lo inmediato y acuciante, el riesgo de dejar viuda y huérfanas, si las autoridades dictaminaran su ejecución.
El proceso a que es sometido Franz tiene un claro paralelismo con el de Jesús antes de ser crucificado, incluso el oficial alemán de Bruno Ganz tiene algo de Poncio Pilato en el reconocimiento de una verdad que no sabe manejar envuelto en el cinismo de esa guerra injusta.
Almudí JD